El ambicioso vendedor de unos grandes almacenes lo tiene todo a su favor para ascender profesionalmente, salvo por un rival en el puesto, que muere accidentalmente en una acalorada discusión con él. Una empleada, fea y obsesiva, es testigo y comienza un implacable chantaje.
Unas breves notas que parecen extraídas del tema principal de The Elephant Man (80) sirven para construir parte de un insistente motivo musical que referencia otro ser monstruoso, casi circense: el del personaje femenino protagonista. La importancia de este motivo, que pende como una constante amenaza a lo largo de todo el filme, es uno de los grandes aciertos creativos del compositor en este nuevo filme, porque con su brevedad -al no ser desarrollado como tema completo- puede permitirse el darle mayores inflexiones y otorgarle una presencia casi constante y obsesiva, de la que el protagonista no puede librarse.
El peso específico de este motivo hace lógicamente inviable la construcción de cualquier otro tema musical que pueda entorpecer su protagonismo, por lo que la partitura está prácticamente supeditada -aunque con algunas excepciones- al mismo. El compositor elabora así una obra que toma forma de modo creciente a lo largo de la película.
Se opta, pues, por una construcción musical basada en numerosos temas secundarios insertados para resoluciones inmediatas, secuenciales, que fluyen de modo coherente y homogéneo hasta llegar a la parte final, donde lo expuesto anteriormente alcanza su plenitud, y que quedan entrelazados por las distintas presencias del motivo principal, infinitamente más poderoso. Goza de un gran cuidado instrumental y de una evolución precisa, con una conclusión caótica que se apoya también con voz solista femenina, y que conduce -y es lo mejor- a la decadencia absoluta del motivo, a su propia muerte. El problema es que la película ni se aproxima a la altura de su música.