Tras atropellar a alguien, un guardia de seguridad de la morgue huye. En el depósito de cadáveres, la policía descubre que la puerta de una de las neveras está abierta y el cadáver de una mujer ha desaparecido. El inspector de policía encargado de la investigación cuenta con la colaboración del marido de la difunta, aunque no descarta la posibilidad de que esté relacionado con el asunto.
Un brillante tema inicial -también será el principal- da comienzo a un notable, hábil y sólidamente estructurado proceso destructivo en el que la música se impone a ambientes, situaciones y personajes como una entidad aparte, superior, contraria y poderosa, que existe no tanto para explicar como para obstaculizar, para hacer mucho más difícil el devenir de los personajes. La música no está insertada tanto para definirlos (en sus emociones, sean de angustia o de fragilidad), ni tampoco para dar mensajes emotivos al espectador, aunque hay algo de ello. No se ubica en el nivel espacial de las emociones (de personajes o espectadores, ni individualmente ni compartido) sino en el de la referencia: la música es una suerte de personaje con cuya presencia nadie contaba pero que aparece para dificultar, para frenar, para hacerse valer: frente a la debilidad de los personajes, el muro indestructible de una música dura, inflexible, enormemente libre y cruel, capacitada no solo de imponerse sino de exponer (siempre, en contra de los personajes, a quienes atormenta), sus puntos débiles y flaquezas. Le basta para ello poner en primera línea elementos dramáticos sufrientes, para recordar a aquellos a quienes ataca que son débiles y para debilitarlos aún más. Y todo ello, con una música altamente fisicalizada: un persistente, obsesivo, malvado y maldito motivo, diabólico y perversamente bello es el gran personaje invisible que acaba por ser -en una exquisita maniobra narrativa- el más tangible y visible.
El compositor -el gran canalla de la película, el peor enemigo de los personajes- desarrolla este magnífico guión musical en base a música siempre sofisticada, que nunca rebaja, haciendo de ella un personaje invisible que, a veces arrogantemente, oscurece allá donde los personajes -que no son precisamente sofisticados- pretenden encontrar luz. Y para evidenciar ello el compositor inserta un tema fláccido, débil, insignificante (a piano) que pretende ser la referencia sí emocional (melancólica, dolorida), de los personajes. Pero este tema no es más que otra de las trampas que utiliza la música para hacer creer aquello que finalmente no va a ser, y es que no hay escapatoria posible. Este apocalipsis musical se aplica de modo sutil, no evidente, porque es la música (y las músicas) que vienen de la oscuridad, física, emocional y psicológica.