Frenética versión del relato de Mary Shelley sobre el científico que logra dar vida a un monstruo a partir del cadáver de un ajusticiado.
Espectacular creación en la que la música, precisamente, tiene la pretensión de incrementar aún más las dosis de energía de la película. Su planteamiento es el de aportar un carácter épico y operístico, en un sentido deliberadamente exagerado e intenso, de modo que con su grandilocuencia se refuerza tanto el apasionamiento en la imposible historia de amor entre el doctor Frankenstein y su prometida como en el sentido de culpa del protagonista. De hecho, aunque no es uno de esos filmes basado en una pieza de Shakespeare tan habituales en el director, la aplicación melódica sigue esas mismas pautas y, por tanto, no se incide en los componentes terroríficos sino en los más humanistas.
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