Lo que en el pasado fue Estados Unidos, ahora es una nación llamada Panem: el Capitolio ejerce un control riguroso sobre los doce distritos que lo rodean y que están aislados entre sí. Cada distrito se ve obligado a enviar anualmente un chico y una chica entre los doce y los dieciocho años para que participen en los Hunger Games, que son transmitidos en directo por la televisión. Se trata de una lucha a muerte, en la que sólo puede haber un superviviente.
El compositor aplica y desarrolla una virtuosa y contenida creación en dos niveles dramáticos bien definidos: por un lado, música para el entorno y el contexto futurista donde se desarrolla la acción, y por el otro música para resaltar las emociones de los protagonistas que deben sobrevivir en ese difícil ambiente. El primer bloque es resuelto en base a música étnica y tribal, que ayuda eficientemente a dotar al lugar de un carácter primario, casi deshumanizado, y que funciona como elemento hostil frente al segundo bloque, más emotivo y sentimental y que es sustanciado en la forma de una música de moderado cariz afligido, frágil y sensible. Globalmente, se trata de una banda sonora eficiente, muy clara en sus propósitos pero a la que le falta algo de ímpetu y de fuerza.