El clásico de Rudyard Kipling sobre la historia de un niño criado en plena selva por los lobos que se convierte en miembro de la manada.
De todos los elementos que conforman esta vistosa película, la música es la que aporta menos a la suma del total, aunque obviamente aporta suma y no resta. La música sinfónica del compositor acaba por quedar aprisionada entre las versiones adaptadas de algunas de las canciones del filme de 1967 y numerosos momentos para la acción, demasiado convencionales y poco explicativos.
Esta es una banda sonora que queriendo funcionar como relato acaba siendo de mero acompañamiento y énfasis, con algunos caminos que se abren pero que o bien no se cierran o bien no conducen a nada. El tema principal, bello y emotivo (que recuerda y mucho, lo que no es en absoluto malo, a John Barry, incluso a Jerry Goldsmith) se aplica como referencia idílica y bucólica del lugar, la jungla, y aunque suena en varias ocasiones no entrelaza ni estructura el conjunto de la banda sonora al menos de modo claro: simplemente es empleado con leves transformaciones -algunas de ellas dramatizadas- que acaban por pasar desapercibidas entre tantas otras músicas secundarias a las que se otorga una excesiva categoría e importancia, que ciertamente sirven para aderezar escenas concretas pero que provocan saturación. Como consecuencia la presencia del tema principal -que en principio debería tener gran importancia y un claro liderazgo- resulta más una cita reiterada que una explicación, su evolución no es perceptible y con ello el espectador no se involucra en su significación, tampoco emocionalmente. Debiendo resultar cautivador en el final, es poco vigoroso y genera cierta indiferencia.
Los temas secundarios -con sus referentes étnicos y su poderío orquestal, y el tratamiento demasiado ampuloso que se les otorga en general- anulan mucho el poder del tema principal, al asfixiarlo e impedir destacarlo, pero también perjudican su discurrir en el filme las adaptaciones de las canciones pre-existentes, que acaban por ser referentes simpáticos como en el caso de The Bare Necessities, tema que todos modos abre una vía empática que sí involucra al espectador pero que tras un par de ocasiones no vuelve a aparecer, por lo que ha terminado en vía muerta. Más notable es el empleo de I Wan'na Be Like You, especialmente por el tono oscuro y macabro que se le da tanto en el recitado del simio gigante como en su derivación incidental. Pero este tema funciona porque es meramente episódico, como lo es el encuentro con la serpiente, cuyo veneno musical de todos modos queda también muy diluido.
En su conjunto, esta es una banda sonora algo aparatosa y confusa, naturalmente bien integrada en lo visual y lo dinámico pero que se subyuga al resto del filme y no lo conduce. Es probable que determinaciones previas hayan condicionado la labor del compositor, aquí más empapelador que relatador. Y la música podía hacer mucho más por el resto de la película.