Es Nochebuena y un padre es testigo de la muerte de su hijo en un fuego cruzado entre bandas. Roto de dolor y sin voz por una herida profunda que afecta a sus cuerdas vocales, decidirá someterse a un estricto entrenamiento para vengar su muerte.
La ausencia de diálogos en esta película (que no es muda) coloca a la música en una primera línea dramática y de percepción, y el compositor asume el reto con resultados óptimos: en la parte del filme sobre la preparación, a pesar de la monotonía en los entrenamientos y la carente evolución argumental, la música ayuda a crear el personaje, a explicar sus sentimientos, su turbación, ansia y, por supuesto, su determinación. En lo que respecta a la acción, la intensidad de la música va de menos a más y cumple con creces su cometido.