En esta serie de diez horas de duración hay una gran abundancia de música (escasamente recogida en esta edición), casi seis horas de música que se aplica en lo ambiental, lo dramático y lo narrativo, y que se estructura alrededor de un brillante y hermoso tema principal, que es la sintonía inicial y que une a los dos protagonistas (Soledad y Mauro) en su adversidad, en su lucha por la supervivencia y finalmente en su redención y su esperanza por un futuro mucho mejor. Es un tema luminoso, cercano y retentivo, cambiante en su color, tono y dramaturgia, que lidera la historia también en el relato musical y que ayuda a involucrar a la audiencia en el camino que marca durante la serie: inicialmente es ajeno a los dos protagonistas, está por encima de ellos, hasta que en un bellísimo giro final estos logran hacer suya esa música que además se fusiona con otro tema ejectutado con guitarra, que es el tema central de la tierra jerezana, de la finca y, finalmente unido al principal, el de una nueva vida y un nuevo hogar.

Los dos protagonistas son los únicos personajes relevantes que no tienen asignada una música individual, que sí se da a quienes van a acabar siendo parte del pasado y no del futuro, de quienes no sobreviven a la vida. De entre los diferentes temas centrales se destaca el de Edward, el bondadoso marido de Soledad: es una melodía sencilla como el propio personaje y con ella genera un aura de amor y protección sobre su esposa, que es abrazada también con su tema musical al que ella también se acoge para cuidarle a él. En un sentido diametralmente opuesto se destaca también el tema que acompaña a Alan, el hijo rencoroso y mezquino de Edward. Este tema no es de ni para el personaje, sino que evoca de alguna manera el hogar perdido, la familia a la que ya no pertenece y que quiere recuperar expulsando de ella a la intrusa Soledad y sus hijas. Aparece por vez primera en un magnífico plano-secuencia en el primer capítulo, donde se explica su vida en el hogar y cómo acabó discutiendo con su padre y marchándose de casa, y reaparece cuando él reaparece para intentar recuperar lo que considera es suyo: es así una música triste, de pérdida, que él lleva consigo como recuerdo de un pasado que quiere convertir en presente pero que se le está escapando. El solo hecho que este tema musical aparezca con él hace evidente su rencor, su amargura, pues siempre que aparece reaparece a su vez aquella vida siendo niño donde sí hubo felicidad ya perdida. De alguna manera, aunque en un sentido muy diferente, es como la música que Harmónica lleva consigo para devolvérsela a Frank, su propietario, en C'era una volta il west (68). Aquí es la música de un lugar (hogar) y un tiempo (pasado) que Alan quiere recuperar.

Alan no es el único que es negativizado desde la música. Carola, la mujer manipuladora y sin escrúpulos, que actúa por libre y sin depender de nadie, tiene consigo una serpiente musical que funciona parecidamente a la del emperador Cómodo en Gladiator (00). La propia interpretación de la actriz emula a una serpiente: se mueve en zig-zag, afila el rostro al hablar como si fuera una cobra, es poco clara y muy tóxica... y la música es como ella, incluída en ella una suerte de onomatopeya del sonido de un cascabel de serpiente. En un principio sutil y sinuoso y más adelante agresivo y directo, define estupendamente al personaje.

Santos -el fiel escudero de Mauro- e Inés, la hermana de Soledad metida a monja tras haber sido rechazada por Edward para el matrimonio, también tienen temas musicales: el primero con una voz lamentativa que avanza su trágico destino, y que reaparece precisamente para remarcar ese trágico destino, y la segunda con una música cerrada, oscura, que aplicada en el personaje pone en evidencia su sufrimiento íntimo y callado, una música que la atormenta pero de la que finalmente se puede liberar.

Todo ello, entre otros temas centrales menores y temas secundarios para los momentos positivos y de alegria y aquellos de dolor y sufrimiento (que el compositor explicita empleando en la música dos palabras reiteradas: lloro y llanto) conforman una extensa, muy elaborada y sofisticada creación que ayuda decisivamente a elevar la serie, a alejarla de los clichés del culebrón, la soap opera o el folletín televisivo que, en el fondo, es de lo que se trata.