Hace ya casi tres años que Randy Newman no hace cine. Hoy Buzz Lightyear sale al espacio (de nuestras pantallas) con otro compositor como compañero de viaje. Pero no es lo mismo: a esta aventura le falta algo, le falta Randy Newman. El Lightyear (22) de Michael Giacchino -que hoy se estrena y que hoy ocupa nuestra banda sonora destacada- es un Buzz Lightyear competente pero huérfano del aura que Newman le imprimió en el filme de 1995, de la que este filme es spin-off. No es solo Buzz, también es el pérfido Zurg quien se encuentra con una música del todo diferente. Se rompe así la línea invisible pero muy visible de conexión y continuidad, que no es solo musical sino también estética y artística.
Es una despersonalización musical que hemos visto en la reciente Jurassic World: Dominion (22) -también con Giacchino- o especialmente en la miniserie Obi-Wan Kenobi, cuya música de Natalie Holt serviría para cualquier película industrial, no tiene la más mínima conexión con su matriz.
Desconozco las razones por las que Newman no hace cine desde A Marriage Story (19), quizás sea por temas de salud (aunque tiene programadas giras en 2023) o quizás porque simplemente no le apetezca involucrarse en producciones que demandan mucho tiempo y energía. Espero que la causa no sea porque la industria le considere obsoleto. Su música, tan singular y tan personal, es absolutamente necesaria en un presente tan ausente de singularidad y personalidad. Es una pena que Buzz Lightyear no haya ido con él al infinito y, literalmente, al más allá.