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LA VALENTÍA DE RON HOWARD

12/08/2022 | Por: Conrado Xalabarder

Con algo de retraso he podido ver el nuevo filme de Ron Howard, Thirteen Lives (22), y he admirado el modo en cómo ha decidido hacer uso de la música, poco usual en los tiempos que corren y mucho menos cuando la película es para una plataforma tan importante como Prime Video. Howard ha demostrado tener muy claro lo que quería hacer, lo que quería evitar y sobre todo el terreno que pisaba.

Sobre la música de Benjamin Wallfisch ya me he expresado en la reseña que hoy mismo he publicado. Aquí quiero significar que en el contexto dramático del relato, y más cuando está basado en hechos reales y aún más cuando quienes están en absoluto peligro son niños, Hollywood tiene la tendencia a sobrecargarlo todo con música y a convertir a la banda sonora en mucho más protagonista que los propios protagonistas de carne y hueso. En otras palabras, imponer música en la película para imponer emociones (y tensiones) a la audiencia. Lo hace todo más fácil y lo hace todo más comercial.

Hay que estar muy seguro de uno mismo para romper con esos códigos y hacer una película donde se muestre respeto por las víctimas y por sus salvadores, a quienes no se trata de héroes que se desplazan por estrechas galerías inundadas acompañados por bombonas de oxígeno y también por una orquesta sinfónica ad hoc. Valdría para una película de aventuras, pero esto es un filme testimonial. Viendo la película me preguntaba cómo hubiera sido si no hubiera tenido una sola nota de música. Ni los niños ni los rescatadores la tuvieron en todo el angustioso proceso, y la experiencia sería brutalmente inmersiva para la audiencia, especialmente si las únicas referencias sonoras fueran las reales: los diálogos y los efectos de sonido, que son aquí particularmente magníficos por su uso dramático. Pero sería imposible que funcionara algo así sobre todo porque la película no refleja el tiempo real: las elipsis son tan constantes (pasar de un lado a otro dura -y se explica varias veces- unas seis horas, y en el filme apenas unos segundos en la mayor parte de las veces) que no sería compensible pretender hacer sentir a la audiencia que está con los rescatadores dentro de la cueva y ahorrarles las doce agotadoras horas de la ida y vuelta de los protagonistas.

Hay cosas que simplemente no se pueden hacer, y otras que es mejor que no se hagan. Que Ron Howard haya empleado poca música y muy centrada en aspectos concretos, dejando escenas importantes libres de ella, se acerca a esa idea de hacer una película en la que el peso argumental, dramático y emotivo lo lideren sobre todo las personas, no la música, y que esta se posicione siempre detrás, como apoyo y como referencia del anhelo de salvación o del peligro creciente. Hay música pero no es ficción ni impostura ni intrusión. Siendo además su uso bueno, útil e inteligente, que la gran mayoría de la audiencia cuando acaba de ver la película ni se haya dado cuenta de que había música es una buenísima demostración del trato respetuoso del director por los personajes. Puede que haya gente -especialmente aficionados a la música de cine- a quienes la falta de epicidad musical resulte decepcionante, pero creo que Howard ha sido valiente.

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